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Ella era una niña que nunca sabía decir sí o no, que cuando le preguntaban como se sentía nunca sabía cómo responder, y nunca quería hacerlo. Ella era la princesa de los castillos en el aire. Todo lo que tenía eran sus sueños y tampoco quiso nunca nada más. Vivía sola sin saber que lo estaba, con todos sus súbditos imaginarios a su alrededor. No había dragón que la guardase porque nunca nadie pudo acercarse siquiera a ella, no había príncipe que la buscase porque nunca nadie supo que estaba perdida.

A veces ella veía acercarse entre sombras a la sombra de su soledad, en la noche, cuando todos dormían, ella tapaba su cara con la almohada para no ver, para no oír, pero sus peores enemigos estaban en su cabeza. Duendes de la incertidumbre, ogros del no querer, mazmorras de no saber, gritos desgarrados de por qué. ¡Dejadme en paz! decía ella ¡Dejadme en paz, por favor! tapaba su cara con la almohada, y lloraba lágrimas amargas. Era no creía que fuese feliz ni que nunca pudiera serlo, tampoco pensaba que alguien pudiera llegar a quererla. Ella era un princesa, pero creía que no merecía serlo.
Yo tengo algo negro, algo negro y muy oscuro, y por eso nadie me podrá querer. Lo sentía ahí adentro, en su pecho, una fuerza horrible de odio contra ella misma. Podrán abrazarme, pensaba, pero nunca derretirán el hielo. Estoy podrida, me gustaría ser feliz, pero la mía es una felicidad podrida. Y se tocaba con su dulce mano de marfil su pecho de marfil "Qué frío está, que frío, por favor..."

"Quiero arrancarme el pecho, y la mano que lo arrancó, quiero esconderme en un agujero tan grande que olvide que estoy escondida. No entiendo nada, yo sólo se que un día llegué aquí y ahora no sé cómo salir"
Andaba por la calle de un lado para otro, paseaba a su perro, quería a su perro pero su perro no podía abrazarla, paseaba por la calle y miraba a la gente, se preguntaba si ellos también tendrían un inmenso agujero en el pecho por donde se les escapaba el amor, no lo sabía, creía que no. "A ellos no les duele cerrar los ojos para dormir y pensar que el día siguiente será igual que el anterior, a ellos no les duele que nunca les salga el sol en el corazón ni aparezca la luna en su cara, ellos no saben que aquí dentro siempre es de noche y no hay estrellas" y se preguntaba si Dios también sufriría tanto como ella, tan solo, sin nadie como él. "Qué mundo, Dios mío"
Y así era la princesa, pura indecisión, a veces sonreía pero pronto se arrepentía de su error.

Estoy aquí sola, se decía, pero podría ser peor, podría no haber nada, al menos me quedan mis sueños, podré soñar una flor, no la querré mucho, así sus espinas no se clavarán en mi corazón. Podría salir, pero cuando volviese a esconderme aquí una vez más sería mucho más duro acostumbrarse de nuevo a esta soledad.
 Prefiero una flor, una rosa con espinas, a ella le costará quererme y a mi ser querida.

Se puso a ello la niña, imagino con decisión, preciso cada uno de sus pétalos, las espinas, los estambres, el tallo y el color, y cuando tuvo todo listo abrió los ojos y la contempló ¡Pero qué bonita es! se dijo, qué bonita es mi flor.
-¡Tú también eres muy bonita! la muchacha se sorprendió.
-¿Hablas tú, flor mía, eres tú? Yo no te dí voz.
- Soy yo, amita. Me imaginaste rosa, y aquí estoy. Soy la flor de tu corazón.
- No sabía que las niñas tuviésemos flores en el corazón.
- Todos tienen una, los amantes valientes a veces tienen dos.
- ¿Y todas son rosas?
- Claro que no, hay amapolas, lirios, azucenas, nomeolvides y hasta alguna que otra coliflor. Hay flores grandes, pequeñas, flores que no saben que lo son, flores que no quieren ser flores y hasta alguno tuvo un árbol en el corazón. A veces están secas y tristes, otras veces hermosas, preciosas, derramando su oloroso perfume para todos aquellos que estén a su alrededor. A veces se marchitan y no vuelven a crecer, y otras veces ,como los tulipanes, del mismo bulbo renacen.
- Tú estas florecida y hermosa, tus pétalos parecen terciopelo rojo y tus espinas se yerguen sin pudor, no entiendo como puedes estar tan bonita con lo triste que estoy yo.
- Yo aún soy pequeña, como tú, ahora parezco otra porque así me imaginaste. Sé que no esperabas verme, y nadie suele saber nunca de su flor, pero yo te quiero mucho y quería decirte algo importante. Algunos lo intuyen, otros, en cierta manera, lo saben, la mayoría lo ignora o no le importa, pero tú, pequeña niña, tu querías negarlo, protegerte, tenías miedo de ti, no del mundo exterior.

-Yo quise estar sola porque creí que era mejor, ahora tengo miedo de no querer estarlo, tengo miedo de que el día que en que ame de verdad, me abandonen, como a un perro que creía haber encontrado su hogar, tengo miedo de que un día vuelva y la puerta esté cerrada, tengo miedo de que algún día se vaya y yo ya no quiera estar sola nunca más.

- Escucha, amita. Voy a decirte lo que vine a decirte, la verdad de los cielos, de los infiernos, de la tierra y del sol, de los hombres y los animales, la verdad de los árboles y la verdad de la flor.
Yo podría querer ser siempre un capullo, que no me azotara el viento, que no me comiesen los insectos, estar siempre encerrada y no mirar nunca el sol, pero esa no es mi naturaleza, ni mi deber, ni mi felicidad, yo debo crecer y aprender a protegerme del mundo con mis pequeñas espinas, esperar que sean lo suficientemente duras cuando haga falta, esperar que cuando alguien venga a arrancarme, prefiera dejarme en el prado a meterme en su oscura habitación. Y tengo miedo, claro que tengo miedo, pero la vida es así y es mejor florecer que negarme, y no querer ser flor. La belleza es efímera pero plena, el amor a la belleza es tan eterno como el amor al amor.
Hay que amar, niña, entregarle a alguien la rosa de tu corazón, porque cuando ese alguien la vea, jamás podrá olvidar que la vio, así tú también podrás sentirme ahí dentro, sentirás algún día florecer tu corazón. La belleza marchita sigue siendo belleza, el recuerdo de un corazón que fue y que amó.

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